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En Colombia, el café cultivado bajo sombra sostiene tanto a las aves como a las personas

Por Gustave Axelson
Antioquia es el departamento con mayor producción de café en Colombia, y también es una región clave para la reinita gorginaranja, un ave migratoria. Foto: Guillermo Santos.

De la edición de otoño 2016 de la revista Living Bird.
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Temprano una mañana en enero del año pasado, tomaba café colombiano a la manera colombiana – tinto.

Tomé mi tinto sentado en la terraza colonial de la finca Los Arrayanes, una finca de café y hotel regentado por la cuarta generación familiar, situada en el noroeste de Antioquia, Colombia. Aún no había amanecido sobre las altas montañas de los Andes. En la penumbra del amanecer, el zumbido incesante de los insectos nocturnos empezaba a bajar.

coffee columbia cup

Mis sentidos del gusto y olfato estaban consumidos por el café, que era naturalmente intenso, el sabor viniendo directamente de los granos de café sin ningún quemado en el tostado. Pero mis ojos estaban enfocados en una pequeña plataforma de madera con dos pedazos de banano. El primer ave en visitar fue un barranquillo, una de las múltiples aves fantásticas de Colombia que parecen sacadas del cuento de Alicia en el País de las Maravillas. Tenía un plumaje verde y turquesa y una máscara negra alrededor de los ojos, y era muy grande—más largo que mi antebrazo, con una cola larga que termina en dos círculos que se movía rítmicamente de lado a lado como un péndulo de reloj.

El barranquillo voló y tomé otro sorbito de café para estar seguro que no lo había soñado. Pronto otra ave llegó a la plataforma para picotear los bananos. Esta era amarilla, aunque los Colombianos la llaman la tangara roja porque los machos de la especie son totalmente rojos. En su área de reproducción en Norteamérica, los observadores de aves desde las Carolinas hasta Texas lo conocen como Summer Tanager, o tangara veranera.

Por más de 5 millones de años, un arcoíris de aves migratorias Neotropicales (tangaras, reinitas, y turpiales) se embarcan cada año en una migración épica desde sus áreas de reproducción en Norteamérica hacia el Neotrópico. En Colombia, las áreas donde las aves llegan son muy distintas de lo que eran hace apenas 50 años. Entre los años setenta y los noventa, más del 60 por ciento de las tierras cafeteras de Colombia fueron despojadas de bosques a medida que se plantaban nuevas variedades de café cultivado sin sombra. Durante ese mismo período las poblaciones de muchas especies de aves migratorias disminuyeron considerablemente – una caída que muchos científicos atribuyen a la deforestación de las áreas de ‘invierno’ en Centroamérica y Sudamérica.

Sin embargo, el café no requiere deforestación. Cuando los holandeses introdujeron el café al Nuevo Mundo en el siglo XVIII, era un cultivo del sotobosque, cultivado bajo un dosel de árboles. Hoy algunos cafeteros Colombianos están volviendo a esta antigua práctica con la creencia que los árboles contribuyen a producir un café de mejor calidad. Están dispuestos a cultivar café bajo sombra si eso es lo que el consumidor, gente como yo, está dispuesto a comprar. El consumidor estadounidense afecta directamente cómo se cultiva el café en Colombia, porque los Estados Unidos es el cliente número uno del café Colombiano – importando más de $1 billón en granos cada año.

El invierno pasado, por una semana, rastreé el café colombiano hasta su origen, junto con un equipo de investigadores de la Universidad de Cornell mientras estudiaban los efectos biológicos y socioeconómicos del café cultivado bajo sombra. Me quedé con una gran apreciación por el poder del grano del café – de proveer sustento a padres, madres e hijos, y de crear la base financiera para una parcela de árboles que acogerán a todo tipo de reinitas migratorias durante los meses del invierno del norte.

Coumbian man. Photo by Guillermo Santos
Un trabajador cafetero espera en la Cooperativa de los Andes frente a un mural que celebra el legado del café en Antioquia. Foto por Guillermo Santos.

Multimedia: Siga a la científica Amanda Rodewald en el campo mientras estudia la relación entre el café cultivado bajo sombra y el hábitat de invierno para las reinitas y tangaras migratorias. Por Chris Foito/Laboratorio Multimedia de Cornell.

“Es por esto que me encanta el policultivo”. Amanda Rodewald – directora de Ciencia de la Conservación del Laboratorio de Ornitología de Cornell— sonríe mientras coge una naranja de un árbol para las onces. Era otra madrugada, su tercera consecutiva, y ya había quemado su desayuno de las 5 am de arepa, huevos y queso. Mientras terminaba de amarrar la última red de niebla, a un palo de guadua recién cortado, peló la naranja y tiró la cáscara entre los arbustos de café que la rodeaban. Arboles de aguacate y plátano formaban un nivel intermedio de vegetación de aproximadamente tres metros de altura y, por encima de ése, un dosel de árboles de cinco pisos de altura. Era una finca de café pero había mucho más que café creciendo allí.

Después del último casco de naranja, Rodewald caminó por un sendero empinado para reunirse con el biólogo que trabajaría con ella esa mañana, Nick Bayly de SELVA, una ONG Colombiana dedicada a la ciencia de la conservación. El instaló un entramado de redes de niebla, tan finas como una tela de araña, para atrapar algunas aves migratorias con el fin de pesarlas (para ver si están ganando peso para su viaje de regreso al norte) y equiparlas con un anillo en la pata (con la esperanza de recapturarlas en el futuro y monitorear su supervivencia). Por ahora, quedaba sentarse y esperar bajo los árboles a ver cuáles aves volarían hacia las redes.

Por más de una década, Rodewald ha investigado cómo las aves migratorias Neotropicales se benefician al pasar la época no reproductiva en fincas de café con árboles. Empezó en Venezuela en el 2005, dónde junto a su equipo consiguió la primera evidencia que la reinita norteña, la reinita verderona y la reinita cerulea ganan peso mientras permanecen en fincas de café bajo sombra, lo que quiere decir que están en buena condición para su migración de regreso hacia el norte.

Pero para el 2008, el ambiente para la investigación en Venezuela, bajo Hugo Chávez, se había vuelto muy hostil para continuar. Entonces se trasladó a Colombia, otro lugar rico en aves y café. Hoy Rodewald supervisa seis estudiantes de posgrado a través de su posición como Profesora de Ornitología Garvin en la Universidad de Cornell, y otros seis científicos en el Laboratorio de Ornitología de Cornell, todos trabajando en 11 países de Centroamérica y Sudamérica en una diversidad de proyectos que colectivamente apuntan responder la pregunta clave de cómo los paisajes funcionales (café, cacao, u otros cultivos) pueden proporcionar hábitat para las aves y mantener la biodiversidad.

Pero es en el campo donde ella se siente más en casa, donde lleva el pelo amarrado en una cola de caballo que baila sobre su espalda mientras salta de red en red, revisando si hay capturas.

“Amanda, tenemos uno”, dijo Bayly desde una de las redes. Nos apuramos para encontrar a un garrapatero común que parecía un cuervo con pico de loro. Bayly no estaba muy contento con desenredarlo: “Pican. Huelen mal. En general son desagradables”.

Aún no hay aves migratorias, por lo que Bayly puso un parlante bajo una red de niebla para transmitir el trino de un buhíto ferrugineo. Esta es una técnica de campo que se usa bajo un protocolo estricto de investigación, sólo cuando se necesita sacar las aves del monte. De pronto, la escena se convirtió en una especie de caos aviar. Aves invisibles hasta hace unos momentos aparecieron y empezaron a chirriar fervientemente mientras volaban y se sumergían entre los arbustos de café buscando a un depredador para espantar. Tras mirar a través de mis binoculares a las primeras aves que respondieron, sondeé una rápida sucesión de reinitas— reinita alidorada, reinita cerulea, reinita gorginaranja, reinita verderona, y reinita trepadora, que los granjeros colombianos llaman cebrita (vea la lista completa de eBird de la mañana).

En minutos había un grupo de aves atrapadas en las redes. Rodewald y Bayly trabajaron rápidamente desenredando las aves y metiéndolas en bolsas de tela. De regreso en la estación de procesamiento improvisada– una tabla de madera sobre unos ladrillos- Bayly sacó de la primera bolsa una pequeña ave amarilla con capucha gris, una reinita enlutada.

Más de 46 millones de estadounidenses dicen que observan aves, y el 57 por ciento de los estadounidenses toma café a diario. Eso significa que puede haber más de 25 millones de observadores de aves que toman café.

La puso brevemente sobre una balanza digital y sopló suavemente su panza para examinar su condición física “9.1 gramos… músculo dos”, Bayly dictó a Rodewald los índices de masa corporal, quien anotó los números en un formato de datos. Esta reinita enlutada estaba pasando bien el invierno.

“Realmente ésta es un ave del café. Forrajea entre las plantas de café” dijo Bayly. Me recordó la última vez que vi una reinita enlutada, escondiéndose entre el sotobosque en la cima de una montaña a las afueras de Ithaca, seis meses atrás durante el verano en el estado de Nueva York.

Siguió una reinita del Canadá, sus ojos negros exageradamente grandes que resaltaban aún más mientras Bayly la sacaba de la bolsa hacia la luz del día. “Esta es un ave de bosque” dijo mientras medía las plumas de su cola con un calibrador “pero usa fincas de café con árboles”.

Esta reinita también calificó con un índice de masa corporal saludable. Una investigación recientemente publicada por Rodewald y su colega y ex estudiante Gabriel Colorado, ahora profesor en la Universidad Nacional de Colombia en Leticia, documentó cómo seis especies migratorias- reinita del Canadá, reinita cerulea, reinita gorginaranja, y reinita verderona, así como el picogordo degollado y la tangara roja— mejoraron su condición corporal al pasar el invierno en las fincas de café bajo sombra. Y una mejor condición corporal conduce a una mayor supervivencia año a año. En otro estudio de Rodewald, una reinita cerulea anillada regresó a la misma esquina de la misma finca de café por cinco años seguidos, un logro increíble para un ave que típicamente vive solo unos cuantos años.

Eso no quiere decir que el café con sombra sea mejor hábitat que el bosque primario; más bien, es una adición vital a lo que queda. Más del 75 por ciento de los bosques montañosos de Colombia han desaparecido. En la ausencia de bosques, algunas especies dependen de las fincas de café bajo sombra. Rodewald dice que la disminución de la población global de la reinita cerulea- en un 70 por ciento desde los años sesenta- coincide con la conversión masiva de cafetales bajo sombra a cafetales de libre exposición solar en Colombia.

Entre las 42 especies de aves migratorias que utilizan las plantaciones de café, más de la mitad (22) tienen poblaciones en disminución significativa. La taza de café con el desayuno tiene el poder de ayudar directamente, o afectar de manera negativa, a las aves migratorias. Es un viejo estribillo que ha sido cantado por Scott Weidensaul en su libro clásico Living on the Wind; por la científica canadiense Bridget Stutchbury en Silence of the Songbirds; y por el fallecido y legendario Russell Greenberg del Centro de Aves Migratorias del Smithsonian, quien ayudó a crear la certificación de cafés amigables con las aves (Bird-Friendly) para los observadores de aves y consumidores de café que quieran apoyar hábitats con su taza de café.

Más de 46 millones de estadounidenses dicen que observan aves, y el 57 por ciento de los estadounidenses toman café a diario. Eso significa que puede haber más de 25 millones de observadores de aves que toman café, más del 17 por ciento del mercado estadounidense de café. Pero el café Amigable con las Aves constituye menos del 0.1 por ciento de ese mercado. Y la participación en el mercado de las etiquetas como Rainforest Alliance y Orgánicos están por debajo del 5%.

Claramente, millones de observadores de aves no han oído el mensaje sobre el café y las aves migratorias … o no están escuchando.

Un trabajador de una finca con una canasta de pepas de café recién cosechadas. Foto de Gustave Axelson.

La carretera destapada hacia la finca de café de María Leticia Giraldo Marino estaba llena de pájaros. Cada pocos metros había una placa de madera adornada con pinturas de aves en papel maché.

Los pájaros vienen aquí todo el tiempo, así que los pinto como los veo”, dijo Marino. “Son mi inspiración”.

María Leticia Giraldo Marino adorna su finca de café con sus ilustraciones de aves.
María Leticia Giraldo Marino adorna su finca de café con sus ilustraciones de aves. "Los pájaros vienen aquí todo el tiempo, así que los pinto como los veo", dice. Foto por Guillermo Santos.

Ella era una abuela Colombiana de sonrisa cálida que se apresuró a servir a sus huéspedes un tinto con panela (café negro endulzado con pequeños trozos de azúcar sin refinar). Y estaba profundamente orgullosa de su finca familiar de 2 hectáreas. La casa de campo de una sola planta , era una casa ordenada y sencilla, de terracota y techo de metal corrugado y con una vista de un millón de dólares, ubicada tan alto en esta ladera andina que los gallinazos comunes volaban en círculos abajo.

Al lado de la casa había una pared de roca con un santuario en el centro, y más pájaros -en forma de pequeñas esculturas- rodeando a la Virgen María.

“Aquí hay pájaros por todos lados”, dijo Jaime de Jesús Bustamante Montoya, un trabajador de campo en la finca de Marino. “Me hacen compañía cuando estoy cosechando el café”.

Después del café, Rodewald partió con Montoya para trepar a través de los arbustos de café subiendo y bajando las pendientes empinadas durante otro censo de aves. A ellos se unió un economista de gafas -el candidato a doctorado Juan Nicolás Hernández-Aguilera de la Escuela Dyson de Economía Aplicada de la Universidad de Cornell.

Este no era un conteo de aves típico. Esta vez, Rodewald estaba uniendo su investigación con el trabajo de Miguel Gómez, un profesor de Dyson y el asesor de Hernández-Aguilera, para un proyecto multidisciplinario del Centro Atkinson para un Futuro Sostenible de Cornell.

La idea es obtener una visión holística del café y la silvicultura (agricultura en un entorno forestal) a través de diferentes lentes, el ecológico y el socioeconómico. La hipótesis es que el café especial –el buen café, no el que se vende en grandes latas en el supermercado- puede ser mejor para todos, si es cultivado de manera sostenible.

La sostenibilidad es a menudo acusada de ser una palabra poco concreta. El proyecto Atkinson busca trazar líneas claras para los beneficios de la agricultura de café sostenible. Esta región en el corazón del eje cafetero Colombiano es el lugar perfecto para esa investigación porque la cooperativa de café local (De los Andes Cooperativa) se especializa en café sostenible y especial.

En la década de 1990, un colapso en los precios del café golpeó fuerte a Colombia, la mitad del valor del mercado de café del país desapareció y miles de familias de las regiones cafeteras cayeron en la pobreza. Como estrategia para el futuro, De los Andes Cooperativa comenzó a fomentar y apoyar a las fincas a cultivar granos de alta calidad que califiquen para el mercado del café especial, donde los precios tienden a ser más altos y más estables. Para diferenciar aún más su café, la cooperativa ayudó a 20 fincas a obtener la certificación Rainforest Alliance para identificar sus granos como café cultivado de manera sostenible y especial. Para esas fincas el proceso significó resistir al impulso de talar el bosque para cultivar café y a cambio sembrar nuevos árboles.

Al igual que con la mayoría de cosas cultivadas de manera sostenible, los beneficios no se ven en el libro de contabilidad de un solo año. Los compradores de la cooperativa dicen que el café cultivado bajo sombra tiende a cumplir con los estándares especiales (la hojarasca da un sabor más intenso), pero los agricultores ven un rendimiento inferior al del café cultivado sin sombra, por lo que cualquier beneficio producto de los precios más altos puede ser anulado al enviar menos café al mercado.

El proyecto Atkinson está midiendo los beneficios a largo plazo para los agricultores del modelo sostenible de café especial, con el fin de evaluar si es realmente una mejor alternativa al volátil mercado mundial del café de consumo

Hasta el momento, Hernández-Aguilera y su equipo de estudiantes universitarios Colombianos han entrevistado a propietarios y trabajadores en 265 pequeñas fincas de café en esta región. Han escuchado frecuentemente que algunos de los árboles sembrados en estas fincas (como el aguacate y el plátano) también proporcionan alimento a los hogares para compensar sus gastos de alimentación y que las plantas de café que crecen bajo árboles producen granos por más tiempo (15 años) que las que crecen sin sombra (5 años), lo que ahorra el dinero que se utilizaría para reemplazar las plantas de café.

De las entrevistas de Hernández-Aguilera también surgieron una serie de beneficios ambientales. Los agricultores dicen que están utilizando menos productos químicos (la hojarasca bajo los árboles disminuye la necesidad de fertilizantes sintéticos), lo que es más barato para ellos y más saludable para los trabajadores y para el suministro de agua local. Dicen que en los últimos 15 años los deslizamientos de tierra han sido menos comunes, lo que podría deberse al mayor número de árboles que están fijando el suelo en las laderas de las fincas de café.

Pero ninguno de estos servicios ambientales es fácilmente cuantificable para el modelo de un economista. Ahí es donde entran los censos de aves de Rodewald. Ella ha ayudado a entrenar a jóvenes ornitólogos Colombianos a contar las aves en las fincas que visitan, para que Hernández-Aguilera pueda utilizar el conteo de aves como un indicador de biodiversidad saludable en sus evaluaciones de las condiciones de las fincas de café.

Una reinita gorginaranja forrajea entre los árboles en una finca de café cultivado con sombra. Photo de Guillermo Santos

Una reinita gorginaranja presente en la finca de María Marino ese día. Cuando me dirigí a una cima para disfrutar de la vista, la reinita salió de un bosque remanente al borde de los arbustos de café y aterrizó en un árbol de plátano. (Vea la lista de eBird del día.) Es un pájaro que he visto en Minnesota y Maine, entrando y saliendo de los abetos. Su cara no era tan encendida como recordaba, más bien de un color naranja pálido. Pero la oscura máscara negra estaba intacta. Y ahora ambos estábamos aquí, a 4,000 kilómetros de casa. Excepto que esa reinita gorginaranja podría considerar a Colombia más su hogar que Norteamérica. Pasa el doble de tiempo aquí (unos cinco meses en el año) que en el norte en su área de reproducción

Multimedia: Escuche a Amanda Rodewald y al economista Juan Nicolás Hernández-Aguilera discutir los aspectos ecológicos y socioeconómicos del café sostenible. Por Chris Foito/Laboratorio Multimedia de Cornell.

Las reinitas gorginaranjas son la especie migratoria más frecuentemente vista en los censos de Rodewald en esta región, se ven en el 89 por ciento de las bandadas de aves en las fincas de café con sombra. Pero no todas esas fincas tienen el hábitat ideal para las aves. Una parte de esta finca estaba reservada como bosque (lo que le permitió calificar para la certificación de Rainforest Alliance), pero no tenía un dosel de árboles sobre los arbustos del café (que necesitaría para la certificación de Bird-Friendly).

“Los estándares de Bird-Friendly son lo mejor para las aves, no hay duda”, dijo Rodewald. Pero, dijo, se necesita más hábitat. Varios migrantes Neotropicales – incluyendo la reinita alidorada, reinita cerulea, y reinita del Canadá – pasan el invierno en la región Colombiana de Antioquia, donde no hay ninguna finca certificada por Bird-Friendly. Rodewald espera que su investigación abra el flujo de incentivos de conservación de aves y de sostenibilidad un poco más, para que así más fincas de café se animen a desempeñar al menos algún papel en detener la pérdida total de bosques desde México hasta América del Sur. En sus investigaciones, ella ha demostrado que una cubierta del dosel tan baja como un 25 por ciento, aún puede albergar grandes bandadas de aves migratorias, y que las fincas de café que hacen pequeñas mejoras en el hábitat –tan solo plantando algunos árboles por hectárea- pueden aumentar considerablemente la abundancia de aves.

“Claro, siempre es mejor si una finca de café mantiene un montón de árboles en pie. Más árboles siempre es mejor”, dijo Rodewald. “Pero todo cuenta. Un grupo de pequeñas fincas de café con al menos algunos árboles pueden hacer una diferencia a escala de paisaje para las aves”.

Las pequeñas fincas familiares constituyen el 95 por ciento de los productores de café en Colombia. Y las presiones económicas sobre estas familias son tremendas. Para muchos, las certificaciones orgánicas son inalcanzables, mientras que incentivos financieros modestos podrían llevarlos a, al menos, poner más árboles en sus fincas.

“Tenemos que reconocer que, en lugares como Colombia, la gente tiene que ganarse la vida y mantener a sus familias”, dijo Rodewald. “Y todo cuenta. Es lo mismo que le digo a la gente en los Estados Unidos. Si puedes comprar café con los más altos estándares, eso es genial, hazlo. Pero si no puedes, tampoco vale la pena renunciar por completo”.

“Para los productores y los bebedores de café, cualquier cosa que podamos hacer, cualquier pequeño cambio en las decisiones que tomamos, vale para algo”.

Al final de la semana, me separé de los investigadores de Cornell para visitar la finca familiar de café de Verónica Sánchez.

Había conocido a Sánchez unos días antes en la oficina de la cooperativa en el pueblo de Andes. En ese momento ella me pareció la pionera de la ciudad, vestida como si fuera a salir a la discoteca con sus amigos esa noche. Al enterarse que yo era un estadounidense interesado en aprender sobre el café, me invitó a la finca de su familia. Ella dijo que nunca habían hablado con alguien que, por lo menos hipotéticamente, podría estar bebiendo su café. Ellos no tienen idea a dónde exactamente van los granos de su finca después que los entregan. Sólo saben que la cooperativa los envía a 17 países en Norteamérica, Europa y Asia.

No tenía ni idea que mi visita significaría contratar a un guía con un jeep 4×4, que se desplazaría durante más de una hora de arriba a abajo por un camino sinuoso tan rocoso y precariamente grabado en el lado de la montaña, que yo pensaba con seguridad que era un camino de mulas. Cuando salí del jeep, con paso inestable, Sánchez vino por un sendero vistiendo una camiseta de color rojo brillante y zapatillas altas marca Converse, y con su característica manera despreocupada. Pero esta finca tenía una sensación diferente.

Era una finca aferrada a las cumbres más altas de la montaña, al borde de la pobreza. El hogar tenía una estructura en forma de L con cuatro habitaciones oscuras sin ventanas; en una habitación estaba un anciano, miembro enfermo de la familia, dormido en una silla de ruedas. La madre de Sánchez y varias tías, tíos y primos estaban ocupados haciendo sus oficios. Había bloques de cemento rotos alrededor de la base de un santuario viejo y desgastado de la Virgen María.

Después de ofrecerme una botella de gaseosa, Sánchez me llevó al prometido recorrido alrededor de la construcción anexa de concreto podrido. En un edificio me mostró una prensa despulpadora manual, similar a una antigüedad que había visto en un museo de la ciudad. “Es vieja, pero todavía funciona”, dijo.

Un poco más arriba en el camino, llegamos a un filo boscoso y empinado. “De allí es de donde viene toda el agua para esta finca”, dijo. Generaciones de su familia, que datan de su tatarabuelo, han dejado los árboles allí para proteger el agua, “y así sigue fluyendo”, dijo.

Algunos árboles de aguacate y plátano sembrados recientemente se situaban sobre las filas de arbustos de café. De una rama colgaba una cuerda con una botella de plástico, parecía un adorno, pero en realidad era un dispositivo integrado de manejo de plagas. Sánchez me mostró cómo una pequeña bolsa de alcohol etílico suspendida dentro de la botella atraía a los gorgojos de la broca y una solución de agua jabonosa en el fondo de la botella los ahogaba.

De Sus Propias Palabras: Escuche a Verónica Sánchez hablar sobre su ética en la agricultura del cultivo del café en este clip de la entrevista sin editar. Por Chris Foito/Laboratorio Multimedia de Cornell.

“No usamos herbicidas ni pesticidas”, dijo. “Estoy completamente en contra de la fumigación de los gorgojos, porque al matarlos también estamos envenenando el café”.

La trampa de la botella es una técnica que Sánchez aprendió en el Instituto Tecnológico de Antioquia, donde está inscrita con una beca del gobierno. En nuestra conversación, ella habló como un agrónomo, de cómo los árboles que están sembrando entre los arbustos de café retendrán la humedad y cómo fomentan la comunidad microbiana del suelo. Le pregunto de dónde viene su ética ambiental y ella dice, “de las malas prácticas que nos rodean”, echando una mirada de disgusto a la finca de café en la cresta de enfrente, un monocultivo de café sin sombra que se parece un poco a un campo de maíz de Iowa pero vertical.

“El sólo está pensando en su bolsillo”.

Y entonces me sorprendo cuando me entero que, a pesar de todos sus esfuerzos de estilo orgánico, su familia recibe el precio más bajo por su café en la cooperativa. La finca de su familia no logró pasar la evaluación de certificación Fair Trade el año pasado, debido a la falta de un sistema séptico que su familia no puede pagar.

¿Por qué ?, le pregunto a Sánchez. ¿Por qué hacer todo esto, preservar y sembrar árboles y jugar con las trampas de botellas de plástico, y renunciar al dinero aquí y ahora, que su vecino está recibiendo?
“Utilizamos buenas prácticas y tenemos la conciencia tranquila sabiendo que estamos produciendo algo de calidad orgánica”, aunque no sea orgánico certificado, dijo.

“Si aplicamos venenos al café, también envenenamos a los animales de la tierra y del cielo, como insectos y pájaros, y a su vez contaminamos el agua”. Y eso afecta a todo, desde su familia hasta las personas que beben su café, ella dijo.

“Por eso son malas prácticas”, dijo.

En esta montaña, Verónica Sánchez se encontraba parada al borde de un mercado mundial de café de 100 billones de dólares, los costales de yute de su familia tirados en un océano de 10 millones de toneladas de granos de café. En algún lugar al otro lado, hay consumidores de café bien intencionados, quizá en Japón (donde las ventas de café certificado están en auge), o en los Países Bajos (donde más de la mitad de todo el café está certificado), o los Estados Unidos (el importador más grande de café certificado).

La buena voluntad existe en ambos lados del océano del café. Pero en algún lugar en el medio, todo lo que Verónica Sánchez vierte en su café se está perdiendo en el mar.


Gustave Axelson es el director editorial del Laboratorio de Ornitología de Cornell.

Entendiendo las etiquetas del café

Al igual que con cualquier producto agrícola, conocer la historia sobre dónde se cultiva su café puede ayudarle a estar seguro que su dinero está apoyando sus valores. Aquí hay un breve resumen de lo que algunas de las etiquetas más comunes en las bolsas de café pueden significar en cuanto a cobertura de sombra y hábitat de aves: (lea más sobre etiquetas de café y aves).

  • Smithsonian coffee labelBIRD FRIENDLY este café se cultiva en fincas certificadas por científicos del Centro de Aves Migratorias Smithsonian. Este café cumple requisitos estrictos orgánicos y adicionales como un dosel maduro y el tipo de bosque en el cual se cultiva el café. Este café está garantizado para apoyar el hábitat de las aves.
  • Rainforest Alliance labelRAINFOREST ALLIANCE los estándares por la cobertura de sombra son menos estrictos que Bird-Friendly, pero más del 70 por ciento de las fincas certificadas por Rainforest Alliance mantienen la cobertura de sombra, y el estándar promueve la preservación del bosque en reservas y a lo largo de las cuencas de los ríos. En las fincas donde el dosel forestal no es el ecosistema natural, se requiere mantener áreas conservadas de 30 por ciento o más como estándar.
  • USDA coffee labelORGANIC, el café orgánico, al igual que otros cultivos orgánicos certificados, se cultiva sin la mayoría de los pesticidas sintéticos y fertilizantes. Sin embargo, no hay parámetros para la cobertura de sombra.
  • SHADE-GROWN, estas etiquetas suelen aparecer en el café, pero esta designación no tiene una reglamentación o normas de certificación. Si usted compra café cultivado bajo sombra porque quiere apoyar a las aves, está confiando que la empresa de café está diciendo la verdad.
  • SPECIALTY, significa que el café tiene 80 o más de puntaje en una escala de degustación. No tiene nada que ver con las condiciones ambientales, aunque los cafés especiales tienden a provenir de pequeñas fincas familiares que pueden cultivar un café de mayor calidad.
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